Creo que no me equivoco cuando pienso que la mayor parte de las mujeres despierta a diario sin pensar que la muerte le sorprenderá súbita y violentamente. Mucho menos pensamos que la muerte vendrá desde las manos de un familiar nuestro. Pero en Puerto Rico, las mujeres tienen más oportunidad de morir a manos de sus compañeros que a manos de un extraño en la calle. Cuando esto pasa, las mujeres ganan sus cinco minutos de fama a un precio que nadie quiere pagar. En esos cinco minutos la prensa nos presenta detalles de su vida y nos enfrenta al rostro de su asesino, quien la mayor parte de las veces parece no entender la trascendencia de su acto. ¿Será que la pasión los encerró en un momento de locura?
No son actos de locura los que guían a un agresor. Sería una locura sospechosamente selectiva, pues la mayor parte de las veces no son personas agresivas con extraños o con terceros ajenos a su hogar. Tampoco son meras pérdidas de control, si así fuera, en nuestro país estuviera el muerto a diestra y siniestra.
¿Por qué en pleno siglo XXI existen hombres en nuestra Isla que se sienten con el derecho y la libertad de asesinar a sus compañeras? Parece que el mensaje en contra de la violencia doméstica, a pesar de su claridad y contundencia, aún necesita hacerse acto. Un acto comunitario y no meramente gubernamental.
Cuando agencias, como la de la Oficina de la Procuradora de las Mujeres u otras organizaciones que trabajan por los derechos de éstas, piden apoyo en sus acciones no lo piden por pereza o por falta de ganas de trabajar. Ellas saben que para eliminar la violencia de nuestros hogares, tenemos que actuar como una unidad, en cada espacio cotidiano y sobretodo, mirando de frente nuestras propias concepciones de lo que es ser mujer u hombre para entender que por encima de un sexo, somos seres humanos con igual derecho a la vida. El asesinato de una mujer, o de cualquier ser humano, nunca está justificado.
Que los nombres de las 22 mujeres muertas durante el 2006 no queden en el olvido.
Cuando las mujeres nos negamos a asumir el rol de princesas desvalidas que nos asigna la sociedad, inmediatamente nos convertimos en brujas y rebeldes. Pero, después de todo, ¿es tan malo ser una bruja rebelde? Reafirmar nuestra identidad, reclamar espacios para la equidad es cosa de todas... de brujas y ex-princesas.
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