8.10.12

El final de Norma




No.  No voy a hablar de literatura aunque a veces la política puertorriqueña supera la imaginación de cualquier escritor o escritora.  El tema de Norma Burgos es casi inevitable y aunque tenía otro tema en agenda, no me queda más remedio que hablar de ella y sus circunstancias.  Es claro que estamos ante un asunto de género, pero no por las razones que ella ha tratado de dramatizar sino por otras muy distintas.

En primer lugar, la senadora Norma Burgos se ha distinguido por el apoyo incondicional a las políticas públicas del gobierno actual y la legislatura.  Apoyar incondicionalmente esas políticas implica varias cosas.  La primera: Que no reconoce la pertinencia de un análisis con perspectiva de género en la gestión pública o política.  La segunda, que apoya las acciones gubernamentales que nos han restado derechos a las mujeres: aplaudió la decisión del Supremo que le quitó la protección de la Ley 54 a mujeres en relaciones extramaritales, votó a favor del nuevo Código Penal que trata de criminalizar el derecho al aborto y limitar la libertad de expresión, apoyó el despido de miles de mujeres jefas de familia a través de la Ley 7 y obstruyó la confirmación de las Procuradoras nominadas para la Procuraduría de las Mujeres por los grupos de mujeres. 

En segundo lugar, el estilo político de la senadora Burgos dista mucho del estilo de consenso y de trabajo amplio en el que creemos las mujeres que abogamos por una sociedad más equitativa.  Sus acciones han estado matizadas por una confrontación constante con quienes piensan distinto a ella.

Dicho eso, parece increíble que en este momento esté tratando de apelar al tema de género como un método de exposición política en un incidente confuso y lamentable.  ¿Apelar a la desigualdad de géneros alguien que no la reconocía hasta ahora?  Levanta sospechas e indignación.  Y aquí es donde sí hay que hablar de género y de equidad.

Norma Burgos ha sido víctima del discrimen de género.  Pero no en la bicicletada, sino en su partido.  Nunca se me olvida cómo la echaron a un lado en las elecciones del año 2004 a pesar de que fue la candidata al Senado con el mayor número de votos.  Le entregaron al presidencia del Senado a otro candidato mediocre y sin carisma: Kenneth McClintock.  Ella se calló y acató.  No pudo o no supo validar su poder político ante un partido que era, y sigue siendo, dominado por una visión machista. 

Ahora, de cara a las elecciones del 2012, se dejó empaquetar con una candidatura que no tenía posibilidad de ganar.  ¿Por qué la aceptó?  Parece evidente que luego de mirar el porvenir que le esperaba en el PNP esa le pareció su mejor alternativa.  ¿Pero es eso verdad?  ¿O estaremos ante otro de esos casos en los que las mujeres son buenas como alfombra para los partidos en su camino al poder pero no para caminar por sí mismas esa ruta?  Eso es lo que debería consternar a Norma.  No la caída ni la increíble historia que ha tramado en torno al alcalde y que ha sido desmentida por los testigos de incidente.

La verdadera caída de Norma no fue de la bicicleta.  Norma se cayó del partido y de la vida política.  Sabe que en su partido habían escrito hace años el capítulo de cierre de “el final de Norma” como quieren escribir el de toda mujer que se atreva a retar el poder y que cometa el error letal de tratar de hacerlo con las armas que los hombres se inventaron y dominan desde hace siglos.

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