En muchos sentidos, las mujeres son un codiciado mercado. Siendo concebidas como consumidoras, más que como productoras, es comprensible la forma en la que se nos estudia y se nos clasifica desde las empresas de publicidad y ventas. ¿Cómo ofrecernos un producto? ¿Qué botones emocionales deben ser apretados para que respondamos desde los roles tradicionales de madres, cuidadoras y amas de casa? ¿Qué otros botones apretar para que respondamos como ejecutivas, empresarias o asalariadas? Y así, sin dejar nada al azar, hasta las frases que pegan en las promociones y campañas tienen su origen en un estudio sobre nosotras. Lo lamentable es que el fin de estas estrategias no es movernos como grupo en una dirección de reflexión o acción que nos beneficie y nos traiga bienestar, sino vendernos de todo… desde un desodorante hasta un partido político. Van tras nuestro dinero y tras nuestro voto, que es en realidad lo mismo para quienes necesitan controlar al país desde sus esferas de poder.
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Cuando las mujeres nos negamos a asumir el rol de princesas desvalidas que nos asigna la sociedad, inmediatamente nos convertimos en brujas y rebeldes. Pero, después de todo, ¿es tan malo ser una bruja rebelde? Reafirmar nuestra identidad, reclamar espacios para la equidad es cosa de todas... de brujas y ex-princesas.
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