16.2.14

Love is in the air


El amor flota por el aire en estos días.  Las desparejadas buscan parejas.  Los desparejados buscan con quien pasar un rato.  Los chocolates se agotan en las tiendas y, si sobran, se conseguirán con descuentos el 15 de febrero.  Las flores son enviadas a diestra y siniestra.  Los restaurantes se atiborran.  Se regalan masajes y cenas. La demanda por depilaciones láser aumenta.  Se pagan billboards con mensajes y hasta avionetas con propuestas de matrimonio.  Se crean eventos de “speed dating” para espantar las soledades aunque eso no necesariamente sea una buena medida de prevención de ITS.  Los “te amo” abundan y mucha gente se felicita porque, a fin de cuentas, tiene la dicha de haber encontrado a su “media naranja”. El rojo es una marea apasionada por las calles de la Isla y todo, todo es más bonito gracias al amor.  Sip.  El amor está en el aire y todo es más bonito.  ¿En serio?  Amor, ¿qué amor?

 

Si buscamos la definición de la palabra amor en el diccionario, veremos más de una.  Desde “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser” hasta una escueta “tendencia a la unión sexual”.   Los requiebros, caricias y deleites también abundan en las definiciones.  Sin embargo, esas definiciones a mí no me complacen.  Me producen más bien un cierto hastío que nace más que nada de la certeza irremediable de que por ese camino las mujeres están destinadas a ser personajes sufridos o superficiales.  La propia Frida Kahlo, idolatrada por algunas feministas, tiene su lado oscuro y  se sometió aún sin quererlo a una visión patriarcal de nuestra relación con el sentimiento amoroso al decir: “Hay que ser sinceras, sin dolor no podemos vivir las mujeres”.  Es el mismo hastío, lo confieso, que me puede atacar cuando veo algunas parejas que mastican su amor en restaurantes o que lo pasean por alguna sala de cine.  No veo la felicidad en sus caras. Veo la rutina asesina que puede acompañar a quienes creen en una monogamia vitalicia y le tienen terror a la soledad. 

 

Ante esto, tendría varias alternativas que considerar en mi análisis del amor que fluye por el aire en estos días. 

 

Una mirada podría partir de una caricatura que compartió en Facebook uno de mis amigos perversos.  Tiene dos escenas.  En la primera, un hombre corre tras una mujer y al pie de la misma, dice: 14 de febrero.  En la segunda, la misma mujer embarazada corre tras el hombre que huye despavorido y lee: 14 de noviembre.  El amor como sexo.  La mujer como objeto del deseo pero no del amor.  El amor definido como “las ganas”, el sumergirse en los clichés de corazones y ropa sexy y dejar a un lado por molesta e inconveniente la idea de vivir desde el respeto y la equidad.  No cometamos el error, sin embargo, de equiparar respeto con permanencia o matrimonio.

 

La otra mirada podría partir de la idea de los anillos entrelazados.  Del pensar en el matrimonio como la cristalización de toda relación amorosa, del creer que un papel determina la seriedad y compromiso del sentimiento que une a dos personas.  “Pedir en matrimonio”, “entregar la novia”, “hasta que la muerte nos separe”.  Todo esto versus, “quiero mi espacio”, “eres mía pero yo no soy tuyo”, “que la otra no nos separe”, “piensa en la familia”, “yo soy la esposa”, “quiero poder casarme y replicar el modelo heterosexista de relación amorosa”, “¡no! no es eso, quiero los mismos derechos de la gente heterosexual”.  ¿Es el matrimonio el asilo de los amores en crisis o de los miedos sociales?  A esto debo decir que qué bueno que no acepté la última propuesta de matrimonio que recibí. Tendría en mis costillas un trámite de divorcio de un matrimonio de Nueva York. 

 

Aunque no es justo generalizar, he de decir que el matrimonio como institución me molesta con su dictadura injustificada sobre lo que son o no son relaciones amorosas “formales” o “permanentes”.  ¿Puede haber matrimonios felices?  He visto algunos que parecen serlo.  Sólo que me preocupan sus fórmulas de felicidad.  A veces hay demasiadas cesiones de poder, demasiados sueños puestos en espera, demasiada energía puesta al servicio de cosas imperdonables.  A estas alturas ya deberíamos haber pensado en otras formas de hacer acuerdos económicos y amorosos menos lesivos a la naturaleza fluida de las emociones humanas.  No es accidente que una mujer como Susan Sontag se preguntara a sí misma: “¿Puedo amar a alguien y aun así pensar y volar?”.  Tal vez ya sea hora de reírnos un poco más del amor tal y como se nos ha presentado tradicionalmente.  (http://dianaraznovich.blogspot.com/)

 

Por último- y aunque en esto del amor no me atrevo a abrazar ninguna teoría, salvo la de la neosoltería que no es para todo el mundo- hay quizás una mirada menos mala, por no decir buena.  Y es esta cosa revolucionaria de aceptar que cada uno y una de nosotras es lo suficientemente interesante y divertida como para pasársela bien sin tener que vivir “enamorada” de alguien.  Así la gente se evita los terrores nocturnos de la cama vacía, engañar a quienes se les atraviesan en el camino y de paso, tal vez hasta hagan cosas maravillosas con sus vidas.  Como ser felices, por ejemplo. 

 

Y aquí vuelvo a Susan Sontag, quien decía querer ser capaz de estar sola, “de que me parezca reparador; no una mera espera”.  Aunque yo no creo que haya que reparar muchas cosas, le añado a su deseo el ser capaz de reconocer el brillo propio, caminar sola y gozar sin culpa.  No todo tiene que ser ese amor del Día de San Valentín que tan bien empaquetado para regalo nos han envuelto por siglos. 



 


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